13 comentarios en “Calles (Streets)

  1. Mis viajes al trabajo:
    Así visto el tráfico de Transmilenio (un día domingo), mis viajes al trabajo serían estupendos: Poca actividad vehicular y el dulce bus rojo andaría a paso fugaz por la autopista. La verdad, entre semana, el raudo bus es más un paquidermo engendro que arrastra vendedores ambulantes, oficinistas, estudiantes y diversidad de historias, cada día. Me imagino, en estos caso, con mis audífonos, conversaciones posibles entre las personas que se apiñan conmigo en el bus. Así, el tiempo pasa rápido.

    https://www.google.es/maps/dir/Cl.+23,+Bogot%C3%A1,+Colombia/Universidad+Santo+Tom%C3%A1s+Campus+San+Alberto+Magno,+Autopista+Norte+calle+205,+km+1.6,+Cl.+209,+Bogot%C3%A1,+Cundinamarca,+Colombia/@4.7075627,-74.133173,12z/data=!3m1!4b1!4m14!4m13!1m5!1m1!1s0x8e3f997daa9fcce7:0xcaabf458c82f782!2m2!1d-74.0858255!2d4.624621!1m5!1m1!1s0x8e3f8809f70e1cd9:0x129f4f5f275ad472!2m2!1d-74.0555079!2d4.7907755!3e3

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  2. #LaNovenaDeGarzon Soy -Juan Diablo me decían. Por el comportamiento y un disfraz rojo del demonio de 1986 con cachos negros y capota- de La Pesa (El barrio de los matarifes), de Las Mercedes. De las Carreras 10a y 9a. Aunque no nací ahí, me siento de ahí. Lo digo con orgullo cuando me preguntan mi extracción. Allí me crié con Ricardo Rincon Sanchez, alias Yuco, Gabriel, Efrén (El Japonés), Camilo Ortiz, Jeta de Chuapa (Carlos Andrés, creo se llamaba), los Castro y la lista podría seguir. Nunca he vuelto a ser tan feliz como en esas peleas a mano limpia, a piedra o con el fruto no comestible de chumbimba (Porque había un palo en la 4a). Hacíamos partidos eternos de fútbol en plena calle, de día y de noche. Compartíamos nuestro dinero, el mecato (Donde los González casi siempre), la hechura de las tareas y los patios de las casas para quemar insectos, jugar con los animales domésticos y bajar los frutos de los palos (Yo tenía granada y nadie comía, me la dejaban afortunadamente). Después llegaron las consolas de videojuegos y la oportunidad de ser pajes terroríficos de la fiesta de disfraces en el bar Manhattan de Lisandro Sanchez. La hemos pasado muy bueno en ese lugar del mundo😥 La calle novena y décima son mi verdadera casa. Donde mi bisabuela María Rosa Urriago fue madre soltera, tendera y arrendadora de cuartos sin que se la montaran los curas ni nadie en la década de 1930.

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  3. las memorias de la infancia en las que salir a jugar con todos los niños de la cuadra era tan normal que podíamos durar horas infinitas hasta que las mamas llamaran con un grito que anunciaba el fin de los juegos por ese día !A COMER! y corríamos todos a las casas con la promesa en la miradas de salir nuevamente al día siguiente.

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  4. Quizás, los años se encargan de hacer que los pasos se hagan más pesados, quizás las etapas de la vida impiden que las calles con las que crecimos queden guardadas en la memoria y esos pasos que jamas contamos podrían podrían solo recorrer cuando demos un paso más allá de la vida misma, cuantas historias y cuantos personajes habrán de esconder el asfalto usado y maltratado por los años, cuántos secretos se guardan en las grietas, la calle es una extensión infinita dispuesta a ser recorrida,amplía el mundo, permite que mis pasos cobren sentido y que explore tantos lugares como mi juventud quisiera.

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    • Hola Diana, encuentro muy interesante de tu comentario el ejercicio de preguntarse por todos los relatos, historias, secretos… que esconden las calles, incluso guardan historias nuestras que han escapado de nuestra memoria.

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  5. A las calles las considero grandes consejeras: por la vereda donde mis abuelos vivían, caminar, era una actividad de constancia, en la mañana ir a recoger la leche, al mediodia ir a llevarle el almuerzo a los jornaleros y en la noche ir hasta la loma a ver las estrellas, todos estos trayectos de una hora cada uno, promovían, entre otras cosas, un espacio para la reflexión y la conversación, quizá de ahí que haya quedado marcado para toda mi vida la necesidad de caminar para comprender mejor las cosas, caminar para aliviar el alma, caminar para conocer, caminar para no rendirse nunca, y sobretodo, conversar al caminar.

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  6. En realidad es curioso que lleve toda mi vida viviendo en Bogotá y no conozca muchos de los lugares que en este recorrido nombran. Muchas veces la rutina, la monotonía y la inseguridad hacen que se pierda el entusiasmo por su cuidad, por la ciudad que lo vio crecer, que le brindó esa calorosa bienvenida al mundo terrenal, donde sus padres quizás llegaron de un pueblo a probar suerte buscando una estabilidad económica. Llevo 40 años de vida y no conozco el chorro de Quevedo el museo del oro y muchos otros lugares que son emblemáticos en mi ciudad, quizás mi padres no tuvieron la posibilidad de llevarme a conocerlos, pero yo tampoco lo he hecho y este recorrido me hace reflexionar sobre la importancia de ir a conocer estos lugares y por supuesto llevar a mis hijos a que los conozcan.

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  7. Recuerdo el recorrido que tenía que hacer para ir a llevarle el almuerzo a mi papa cuando trabajaba sembrando remolacha. Aunque no era una calle pavimentada, era un camino lleno de pinos y de otro tipo de árboles. Fue maravilloso poder sentir el olor de ese aire fresco y lleno de vida. Me encantaba y podía pasar muchos minutos caminando y no me importaba.

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  8. Uno de los sitios más hermosos que he visitado es Villa de Leyva, es un sitio mágico, la plaza central es hermosa, pues cada vez que das un paso sientes como el pasado se quedo allí estancado, como las casas y las personas nativas del sitio siguen vistiendo igual, sus calles empedradas evocan los olores de los coches de los conquistadores intentando llevarse hasta el último de los recursos.

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  9. Cuando exploro el mapa desde el Campín, quiero saber a dónde llega. Me doy cuenta de que termina en Fontibón, donde yo viví. Y miro más detenidamente y veo que pasa por la calle 116 en el barrio Bohíos, lugar donde viví mi infancia y mi juventud. Son muchos los recuerdos que tengo de allá, he incluso, todavía, sueño con ese lugar. Y recuerdo que, si hice ese recorrido, de ir del Estadio hasta la casa por la noche, después de algunos partidos de futbol o conciertos. Siempre acompañado por mi hermano mayor. Era un poco peligroso, pero siempre me sentí protegido por mi hermano y aun ahora lo sigo sintiendo.

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  10. Esta imagen me recuerda mi infacncia, debido a que me la pasaba mucho tiempo en la calle jugando con mis amiguitos y mis hermanos, hasta que mi mamá nos entraba, de esos momentos solo me queda felicidad y buenos recurdos, de jugar a empujar carritos, y además parte de la Macarena, pues uno se senti como en un cuadro llamado el cuadro de Escher, uno no sabia en las primeras semanas universitarias si subia, bajaba o ya se habia perdido.

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  11. Caminar por las calles de Oslo es muy bonito, pero nada se compara con caminar por las calles lindas de Bogotá. En Oslo todos se ven iguales: blancos, rubios, altos.
    Me observaban por mi apariencia: morena, pelinegra, bajita.
    Yo solo añoraba comerme una empanada, o volver a probar la comida de mi mamá, pero todavía faltaba un mes para volver a recorrer las calles de camino hacia mi casa, hacia aquello que me llenaba el corazón: estar con el resto de mi familia.
    Mi estadía en Noruega con mi tía y su familia consistió, entre muchas otras cosas, en recorrer las calles hacia el Stortinget (parlamento), hacia la casa del rey o hacia la Opera. Caminábamos y caminábamos por lugares que ya habíamos conocido pero que no dejaban de parecernos extraños a mi abuela y a mí. Para mi tía era cosa de todos los días.
    Mi calle favorita definitivamente era la que me llevaba de camino a uno de los lugares que más me gustan en Oslo: el Akker Brygge (muelle, o puente Akker). Algo en ella me era familiar, pues los músicos, las personas bailando e incluso los pocos vendedores ambulantes me hacían sentir un poquito más cerca a mi casa.
    Independientemente de eso, yo creo que la mejor calle siempre será la que me lleve cerca de quienes amo.

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  12. Mi primer recuerdo vívido en una calle fue esperando el bus del colegio cuando entré al kínder. Estaba de madrugada con mi papá y estábamos jugando a cualquier cosa para pasar el frío. No lo vimos venir, pero en la calle una busetica van de las blancas se volcó y dió un bote, y quedó sobre el pasto del andén. Mi papá y yo nos quedamos quietos, y al rato llegó el bus. Mi papá me dijo que por accidentes como esos, uno nunca debe esperar en el borde del andén

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