11 comentarios en “Desplazamientos (Displacement)

  1. Siempre he tenido sueños extraños en los que aparece uno de mis mayores temores: Andar descalzo. No importa si en el sueño intervienen bestias feroces a punto de matarme o esa cansada imagen de correr y gritar, sin que las palabras puedan llegar a la boca. Esos son pesadillas nivel 1 para mí. La real amenaza onírica es estar descalzo en una situación cualquiera. Da terror pensar en la posibilidad de estar en un salón, por ejemplo, o cortejando a una bella mujer… y justo en el momento del beso esperado, o de la intervención ante un público, saberme sin zapatos; el horror sube por mi rostro y el sueño se convierte en pesadilla. Todo se va al traste.
    He aplicado mis técnicas como experto psicólogo para interpretar esa recurrencia. No he tenido que ir muy lejos. Creo que tendría 6 años… pasaba por una estación de gasolina, junto a mi padre. Por estar de juguetón, uno de mis pies se metió en una alcantarilla que limita al andén con la entrada a la gasolinera. Una trampa para niños. El horror me invadió. Mi papá me ayudó a zafarme de la alcantarilla, pero la bota no corrió con tanta suerte. Supongo que la bota quedó allí, pero desde siempre he tenido la idea recurrente de irme caminando con una bota y el otro pie en media, hasta mi casa. Seguramente por eso todos mis zapatos son de atar. No quiero retar el destino. No quiero que mueran mis pasos.

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  2. Tenía aproximadamente 6 años cuando vi de frente al primer y único muerto que he visto en mi vida producto de una conflicto interno del país. En esa época mis padres habían decidido por razones económicas retomar a el campo, fue así como en los años 2005 y 2006 decidimos irnos a vivir con mi abuela materna en una finca de propiedad de la familia. Allí mientras transcurrían mis actividades académicas en la escuela, con la felicidad de adquirir conocimiento, interactuar con las personas y hacer amigos ; en mi casa vivía una realidad totalmente diferente a esta, debido a la presencia de las AUC en la región, los cuales se acentuaban más específicamente en la casa de mi abuela. Ustedes comprenderán que difícil que es crecer y formarse en un entorno de violencia en donde las armas se encontraban en las mesitas de noche, tener un número grande de personas sentadas en el patio de la casa vestidos con pantalón,un gorra, camiseta y unas botas pantaneras y que el ejército a cada momento realizaran emboscadas y que sea mi familia la que cubra a estas personas. Estos individuos finalmente desplazaron a mi familia y fue así como mi abuela tuvo que salir de su pedazo de tierra que toda su vida había labrado con sus manos, lo cual causó una gran depresión.

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  3. cuando era pequeña, mas o menos, a la edad de 7 a 8 años, tuve siempre la sensación de que cuando dormía ingresaba a la pared de la habitación, y la recorría de un lado a otro, pero no todos los sueños eran tranquilos a veces quería salir de allí y no podía, gritaba y nadie me escuchaba, cuando me despertaba me quedaba mirando de cerca la pared y veía sus formas muy de cerca…..y pensaba si era verdad o solo un sueño lo que pasaba.

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  4. Hay un tren que se va, rápido. En él viaja la vida, fugaz, moviéndose siempre hacia adelante. Yo me quedó afuera del tren, quieto. Y lo veo moverse y veo la vida moverse, rápido. Demasiado rápido para poder volver a saltar dentro de él y moverme con la vida hacia adelante. Lo veo marcharse, perderse en la distancia, lejos y rápido, pero mi cuerpo sigue quieto, tieso, sin fuerzas para salir a correr y alcanzarlo.

    Acostado en mi cama, pensando en el tren del que me caí, el desasosiego vuelve y me inunda, me seca. La duda empieza a martillar, con golpes secos y constantes, todas las certezas que se debilitan, se agrietan y se derrumban. Otra vez solo, temblando. Otra vez la noche que se estira y que abruma. Otra vez los días que se calcan, uno tras otro, planos, grises, tristes.

    Salir del cuarto, levantarse y sumergirse en la garganta profunda de la ciudad cada vez es más difícil. Por el ruido, por la gente, por el cielo. Afuera el viento se mece, denso y amenazante, como presagio de una desgracia que pronto llegará. Es mejor adentro, con el calor de la cama, con la soledad y el silencio.

    En la cocina una cucaracha rojiza, grande, en pausa por la luz que acaba de alumbrarlo todo. Entonces la certeza del cuerpo también cae, diluida en granos de sal regados por el suelo. Y la incomodidad se mete por la nariz y llega hasta el estómago y rebota, se estrella queriendo escapar hasta que se cansa; entiende que su lugar está aquí adentro, en medio de la oscuridad inmensa del cuerpo. Se sienta atrás, bajo las costillas. Y es fría.

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  5. En el laberinto de la memoria siempre quedan espacios en blanco con los detalles que se pierden. Ellos llevan nuestras historias a un juego de tensión entre los hechos de la realidad y lo que nuestra imaginación rellena en esos espacios en blanco. Cada vida es una historia, pero cada historia está en esa tensión proporcionalmente más difícil de auscultar a medida que se aleja de nosotros en el tiempo. Evocar recuerdos sobre desplazamientos en mi infancia necesariamente me lleva a los largos recorridos en bus que cada sábado me llevaban al Centro Colombo Americano en el centro desde las afueras de la ciudad.

    Era el ritual semanal en que cada semana descubría el mundo más allá de mi barrio, lo que desde muy pequeño me enseñó las puertas y ventanas de un mundo mucho más grande que mi ciudad. Tal vez esa exposición habrá creado la poca resistencia al cambio y toda esa maravilla por conocer sitios nuevos y explorar el mundo sin apegos a la ubicación geografica. Y así los desplazamientos cada vez se hacen más largos, pero en la mente siempre está lo que se disfruta en el recorrido más que la simple recompensa al llegar.

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  6. Este recorrido por desplazamientos, me lleva a un lugar de mi memoria dedicado a los sueños. La imagen de esa sonrisa difusa y metamórfica, me transporta a un sueño que se conecta con mi infancia. Puedo recordar como me encontraba en mi habitación, en la casa donde me crié, la casa de los abuelos, y allí como un imagen detenida en el tiempo, podía reconocer a los integrantes de mi familia que habitábamos dicho hogar, todos rejuvenecidos, alegres, sin ninguna aparente preocupación, acostados en una cama tal vez viendo algún programa en la televisión o solamente hablando, riendo, pasando un feliz momento, y es allí cuando entra en escena esa sonrisa, la de mi abuelo, que para ese momento ya había fallecido, pero pareciera que en el sueño el no era consciente de eso, sonreía hacia nosotros, los que estábamos en la cama, y parecía saludar, cuando me acerco a él, me invita a pasar a su cuarto, y antes de que me empezara a compartir de su sabiduría, como solía hacerlo, le pregunté cómo se sentía estar muerto, cómo estaba, y él, tiérnamente me contaba que extrañaba muchas cosas, su chocolatico con achiras (él era huilense), pero que también tenía sus puntos a favor, ya no le dolían las rodillas, o “chocosuleas” como él las llamaba, y así mientras me compartía sus historias, esa sonrisa tan particular y tan real, empezaba a ser difusa, a cambiar, ya no encajaba con su rostro, parecía cambiar en todo su conjunto, y así fue, ya esa tierna figura de mi abuelo, no lo era más, paso a ser un personaje cuya risa era macabra, me producía mucho temor, y en el sueño, lo único que le decía era que se fuera, que él ya no era mas mi abuelo, y por más que este personaje intentaba convencerme que si lo era, yo estaba determinado a sacarlo de la casa, y así fue, me costó mucho, las palabras no salían de boca, mi cuerpo entero temblaba, pero pude sacar a quien usurpó ese recuerdo tan valioso de mi infancia.

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  7. Ahora que estoy de nuevo viviendo en la casa de mis abuelos, por circunstancias de pandemia, hago una mirada retrospectiva de cómo era la casa en la que me críe, la que dejé cuando salí a perseguir mis sueños a la capital, primero del departamento y luego del país. En mi recorrido diario por la casa recuerdo sus pisos de tablado que cada sábado eran la excusa para convertir el momento de virutear y encerar en total diversión. Recuerdo cómo la estufa de carbón nos reunía alrededor en esas tardes frías y cada uno de esos espacios que guarda momentos de infancia y adolescencia. Hoy en día renovados por la necesidad de adecuar la casita para un mejor vivir, pero siempre presente como el lugar de regreso a reencontrarnos con nuestras raíces y contarnos lo que ha sido de nuestras vidas en cada recorrido que hemos hecho.

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  8. Solo puedo recordar el sentimiento que me ocasionó el tener que abandonar mi casa de la noche a la mañana. No fue alguien en especifico que me hizo dejar una parte de mi corazón en la casa de mi infancia, no fue alguien más que las circunstancias de la vida. Después de que mi papá enfermara gravemente tuvimos que mudarnos a la capital, en una ciudad pequeña, casi un pueblo, no había mucho que hacer por él. Pasó tan rápido que un día estabamos en el hospital y al día siguiente empacabamos, solo lo básico, solo para eso alcanzaba el espacio. Solo cabíamos los cuatro y mis dos mascotas. Mis cosas, mi vida, mi lugar seguro no podían ir con nosotros. Me sentí desplazada de un lugar que era más que eso, eran mis memorias, era mi esencia de la que tuve que desprenderme a la fuerza. Era correr.

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  9. Cuando tenía cinco años me ponía un gorro de venado con el que iba a todas partes. Era mi prenda de vestir favorita: antes de salir, antes de pensar a dónde íbamos, antes de subirme a un carro o a un bus, rectificaba que lo que estuviera en mi casa fuera un gorro, una especie de cachucha de venado hecha en fomi. Hace poco mi hermano me dijo que en realidad la cachucha era de él.

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  10. El recuerdo relacionado al desplazamiento que, es probable haya marcado mi infancia, es la constante mudanza de casa, barrio, y estrato que estuvimos viviendo mi hermana, mi madre y yo un periodo de tiempo, aproximadamente seis años. A veces se nos sumaban mi abuela y mi prima, sin embargo, la constante era que estábamos las tres. Todo inició con la separación de mis padres. Esa noche salimos corriendo mi madre, mi abuela, mi hermana y yo de aquella casa que hasta entonces llamaba hogar, cogimos todo lo que pudimos de nuestras pertenencias antes de que mi padre volviera. A partir de esa noche todo se fracturó. Mi casa, mi familia, , mi relación con mis padres, mi situación económica y otras cosas que seguro aún no reconozco. Antes pensaba que esa separación había sido el inicio de todos mis males, con la perspectiva del tiempo, me di cuenta que no, al contrario, nos había salvado.

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